Un trabajo donde destaca la tradición artesanal y familiar y que resiste con el paso del tiempo
por: Carmen María García
Almuñécar y La Herradura son conocidas en las últimas décadas por la producción de frutos tropicales como el aguacate, el mango, la chirimoya o la níspola, pero además de este tipo de cultivos de regadío, esta zona de la Costa Tropical también mantiene la tradición en los cultivos de secano, como el olivo, el almendro o la vid y que eran una pieza económica fundamental y casi única en la agricultura de los antepasados de la zona
En esta época del año, con la llegada del otoño, los pequeños viticultores de Almuñécar y La Herradura están inmersos en la vendimia, una práctica que se extiende desde mediados de septiembre hasta finales de octubre y que mantiene vivas raíces y tradiciones. Lugares o pagos como El Cerval, El Rescate, Guerra, Río Seco y Taramay son las principales zonas donde está presente el cultivo de la vid
Antes de que los primeros rayos del sol iluminen Hoyo Hondo, situado en El Cerval, el viticultor herradureño, Francisco García, comienza una nueva jornada de vendimia. Aproximadamente, entre unos 390 y 450 metros sobre el nivel del mar, se sitúa la viña de García, en el que, a base de trabajo manual, va recogiendo los racimos de la parra cortándolos con la ayuda de unas tijeras de podar.
“La recogida de la uva se ha caracterizado por ser un trabajo duro y artesanal, que con el paso del tiempo ha introducido alguna maquinaria para facilitar la recogida de las cosechas. En mi caso, si antes tenía que servirme de mulos para el transporte del fruto, ahora lo voy depositando en una tanqueta, que he adquirido este año. Se traga de una máquina que me ayuda a transportar las cajas de uva”, según ha señalado Francisco García, que está inmerso estos días en la campaña de la uva.
Este viticultor herradureño cuenta con un millar de cepas de las variedades de uva como son: Monastrell, de Jaén negra y blanco moscatel, montúa y tempranilla. De ellas consigue una producción destinada al consumo propio, tanto del fruto, como para la creación de vino del terreno, que dan como resultado una bebida alcohólica procedente de unas cepas con cerca de dos siglos de historia.
Francisco García es uno de los agricultores de la zona que ha continuado con una tradición familiar que ha pasado por cuatro generaciones.: “Estas cepas las puso mi abuela, luego pasaron a mi padre y ahora yo me encargo de mantenerlas para que continúen dando fruto y no se pierdan. Ahora, al igual que yo ayudé a mi padre, mi hijo me ayuda en la época de vendimia”, señala García.
En cuanto a la cosecha de este año García indica que “será mejor que el anterior, donde cosechó unas 30 arrobas (una arroba son 16 litros). “La campaña de este año parece que va a ser mejor. Espero cosechar unas 50 arrobas. La cepa necesita un mantenimiento para que dé fruto. En la luna menguante de enero se poda la planta, se le echa ceniza para protegerla de la enfermedades, abono y herbicida para las hierbas que crecen alrededor”, concluye el viticultor herradureño.
Una vez finalizada la campaña de cosecha, el proceso para la elaboración del vino continuará. “La uva se extiende al sol para conseguir una mayor concentración de azúcares, un método tradicional y artesanal llamado “paseros”. Más tarde se procede a la pisa de la uva para el posterior vertido del zumo en los botillos donde estará 40 días fermentando hasta consumir el oxígeno y convertirse en vino”, explica Francisco García.
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