Lizz Wright es una cantante a la que hemos visto crecer en Granada. Estuvo ya otra vez siendo muy joven en este festival y también en el de la capital. Su última visita ya fue un lleno completo, y es de esas artistas que donde van repiten, y vuelven a llenar y así sucesivamente: para esta edición del festival sexitano las entradas de su concierto volaron en pocas horas. Jazz en la Costa está organizado por el Ayuntamiento de Almuñécar y la Diputación provincial.
Lizz sigue la tradición de cantautoras “jazzificadas” para públicos sofisticados, en su caso el punto intermedio entre Joan Armatrading y Joni Mitchell, con la sedosidad de aquella Sade penumbrosa y un enorme calado de góspel y blues, y más con esta formación. Curiosamente debutó más cerca del jazz estricto que lo que está haciendo ahora, pero con esa primorosa voz, tan poderosa como suave, y siempre envolvente, nutrida en la tradición de las iglesias, haga lo que haga será infalible para cualquiera con un gramo de sensibilidad.
Su timbre grave de contralto, sin entonación ni vibrato, poderosa y directa, es un arma de construcción masiva. Y su eclecticismo puede que irrite a los talibanes del Jazz, pero le permite cantar sin problemas, como ya ha hecho a Madonna, Neil Young, Lucinda Williams, Nick Drake, Jimi Hendrix o Led Zeppelín, y seguir siendo ella por encima de esos titanes de la música popular. Su permeabilidad puede que irrite a los puristas y a lo mejor confunde, pero esta mujer sobrevuela los integrismos y es un estilo en sí misma haga blues, funk o Americana, con un formato de grupo de club para oídos entendidos o simplemente receptivos.
Moviéndose en un terreno casi siempre confidencial, y tan perfecta como delicadamente arropada por un cuarteto dispuesto en semicírculo ritual, como para verse las caras y con una divertida complicidad interna, Lizz se acompañó con una ondulante gestualidad, tan tímida como seductora, generando un magnetismo irresistible. Su tesoro ese esa suavidad, tierna, grave y envolvente, que paraliza a todo el oyente que tiene delante. Su poseedora a los 42 años y con solo siete discos, aspira al trono de la música popular con raíces.
Tan solo salir a escena, como una diosa, sobre una slide de inequívoco sabor a Delta para entonar el himno “Amazing Grace”, se supo que su concierto iba a ser muy especial, en el que el silencio y la espiritualidad marcarían una sesión de belleza y tradición afroamericana: de Blues, Góspel, y clásicos de la Americana llevados al púlpito, como el “Old man” de Neil Young que resulto emocionantísimo, o la escalofriante despedida con el celebrado “Who knows where the time goes’”que dejó los aplausos flotando en Almuñécar varios minutos, tras unos segundos de respetuosa asimilación de lo escuchado.