EMPAQUETAR EL DESAMOR
La prima de Vivaldia
Autora: Rocío Rubio Garrido.
Ahí llevas, amor, tu paquete. Ahí te envío los recuerdos de nuestra herencia de novios: los calzoncillos de rombos con la goma elástica floja, los apuntes de Historia Medieval que me dejaste y que ni tan siquiera me valieron para sacar un triste aprobado, la pulsera con el broche oxidado que trataste de hacer pasar por plata de ley.
Sé que te parecerá poco serio que ponga fin a esta relación por medio de un sistema de mensajería. Pero entenderás que estoy en el otro extremo de Europa, y mis condiciones económicas de desempleada no me permiten ir a Varsovia para decirte “mira chaval, lo dejamos”. Ahora que lo pienso, quizás ha sido muy cruel lo de meter los calzoncillos, pero es que te juro que no sabía qué hacer con ellos, si me vieras paseando de un lado a otro de la casa con los gayumbos enganchados del dedo -¿los meto o no en la caja?- tratando de tomar una determinación lógica. O quizás es que esté buscando una excusa desesperada para justificar este envío, esta ruptura sin previo aviso y esta tortura de conciencia que me hace sentir miserable.
Dime que no te ha sentado mal esta carta. Cuéntame que te estás riendo en el sofá mientras apuras una cerveza, satisfecho porque por fin he logrado entender a tu admirado Horacio con su “carpe diem” y tomar las riendas de mi vida. Supongo que si has llegado hasta aquí leyendo es porque sigues teniendo sentido del humor, o bien porque hace tiempo que dejaste de echarme de menos. Yo te animo a que aproveches una oferta de avión que encuentres por internet, aunque sea a Kabul, y te tomes unas vacaciones. Y si puede ser, te enamoras de otra. O no, mejor no, tampoco hay que llegar a esos extremos. Yo qué sé. Estoy tratando de buscar un buen final a esta carta y me está temblando la mano, con el anillo estrangulándome el dedo corazón. Te parecerá una chorrada, pero es que he visto reflejado en el cristal tu risa en el ascensor, el beso a la salida del examen de Antropología, la lluvia en nuestras espaldas mientras corríamos abrazados por el puente. He visto secuencias de un pasado que no estoy segura ahora de querer finiquitar por correo. Porque yo te había dicho más arriba que te dejaba, joder, y de pronto me han entrado las dudas.
Podría llamar a uno de los que echan las cartas del tarot y preguntarle qué hago. Una tirada cortita que me responda con un sí o con un no, para que la factura telefónica sea poco sangrante. O también podría preguntarle al funcionario de correos, que hace minutos que espera a que me decida para poder cerrar la ventanilla. El caso es que mañana es domingo, y si lo pienso demasiado me acobardaré y me iré a casa con el paquete de vuelta. A lo mejor el amor –o el desamor, ya no tengo nada claro- consista en una eterna antítesis, en decirte que te dejo mientras el maremágnum de tus besos desfila con la pasión de las primeras citas. Quizás es que te sigo queriendo.